February 22, 2014

3,400 kilómetros

Me prometí que este año, ahora sí, ya por fin, iba a escribir cada semana alguna historia diferente. Alguna anécdota de viaje. Me prometí, por mi propio bien y memoria, tener archivadas algunas escenas, sólo por si algún día olvido partes de mi vida, sólo para tener de que platicar, sólo porque también estamos hechas de recuerdos.

Aquí estoy.

Escribiendo (perdone usted el gerundio) sobre otro viaje a Washington DC. Lo más bonito de Washington es él, también es lo peor, lo mejor-peor de DC es una persona.

DC es él, su cuarto en la residencia de estudiantes, el olor de su cama, las fotos colgadas en los muros, la ventana que nunca se abre, el escritorio lleno de papeles, comida, recuerditos, unas bocinas semi perfectas, un refri con frutas en putrefacción, varios sacos, un par de abrigos, dos banderas universitarias rodeando la cama, una alfombra que, extrañamente, no se ensucia.

DC es el olor en su cuello, ahí me tengo, acercando la nariz a puntos específicos, a los rincones donde aún queda loción; es sus manos encontrándome, descubriéndome, enseñándome lecciones sobre mi propio cuerpo; es su cabello entre mis dedos, sus rizos desvaneciéndose por la tarde; su lengua sobre la lengua mía. Sus pestañas, sobre todo sus pestañas, acariciando mis mejillas.

DC es una ciudad llena de monumentos que he visitado cuatro veces.

DC tiene museos sobre casi todo.

DC plagada de oficinistas que suelen uniformarse: café, gris, negro, marrón, sepia, blanco, azul, café, gris, negro...

Ir a DC duele. Ya no soy turista en la ciudad, tampoco resido en ella.

Pasajera permanente de DC.

DC es el mismo recuerdo en review infinitamente. La misma caminata, la misma comida, la misma cama, el mismo acompañante. Perenne viaje que realizo.

DC es estar. No estar.

February 1, 2014

Baltimore


"Ni siquiera sabes que tengo un tatuaje. Te presento a mi cuerpo, yo". Le dije antes de desnudarme.