October 31, 2011

Uñas rojas

Me puse las medias de red porque sabía que los fines de semana no volverían a ser calientes, no me permitirían salir sin abrigo y botas. Me puse las medias de red porque con ese vestido nada iba mejor, hubieses visto, las piernas se me veían larguísimas. Me las puse porque nunca antes tuve unas, en boca de mi hermana "la medias de red son medias de puta", como lo es el labial carmín, las minifaldas de cualquier color, las pestañas negras, los aretes ostentosos, las zapatillas plateadas, todo de puta. Me las puse porque aquí nadie me acosaría, no tendría que cuidarme la espalda ni las nalgas, tomaría el autobús al centro como si nada, todas lo haríamos y no sería extraordinario. No tuve miedo de ser observada, de que quienes me vieran en la calle crearan historias sobre mí, supe desde que las compré que aquí las medias de red son sólo un accesorio más; andan las danesas con medias negras, rojas, piel, rotas, medias con agujeros enormes bajo shorts que no llegan a los muslos, salen de fiesta, conducen la bici, asisten a la universidad siempre con medias y sin etiquetas. Me puse las medias de red, de puta, porque quise rebelarme contra el pasado, contra el machismo que mi abuela, mis tías, mi madre, me han enseñado, quise a la distancia acabar con la misoginia de aquellos que alguna vez me tocaron sin consentimiento, me gritaron sin otra razón más que mi cuerpo. Me acordé de ti, Lizbeth, que me explicaste hace mucho, que nada debería tener etiquetas, menos la ropa.

October 26, 2011

Kok Antiquariaat


Ahí estuvimos, las dos en Amsterdam diciéndonos que el México al que volveremos no es el México que dejamos hace cinco años cuando nos fuimos a estudiar al extranjero. Este México parece tener el miedo que no tuvieron quienes ocuparon Reforma o quienes anduvieron en la Otra Campaña. Dejamos atrás tiempos en los que ser joven era sinónimo de libertad, pasaron los días en los que los jóvenes de secundaria no tenían que tirarse al piso para salvar la vida. Hablamos como si fuésemos dos viejas nostálgicas, no es nada más que tantas transformaciones en tan pocos meses. El México de hace cinco años se esfumó muy rápido y sin previo aviso, por ello duele, por eso nos lo teníamos que contar.

Amsterdam nos vio decirnos cuanta esperanza se nos ha ido a cada respiro. El maratón internacional me dio una gran bienvenida recordándome de qué somos capaces, mil, diez mil corredores de todo el mundo andando a toda velocidad esperando los aplausos en cada esquina. Vi cómo los holandeses dan ánimos a sus corredores con música de Elvis Presley y mallones rosas, bailan y cantan porque el sol se los permite, porque no hay nada qué temer.

Elba y yo platicamos de esto, del futuro, de los recuerdos que nos darán vida, la memoria es lo que nos queda al final. Caminamos entre deportistas y canales conversando sobre la posibilidad de rebelarnos despacito y el significado cotidiano del ser radical. ¿Qué es ser radical? Además de gritar por el Eje Central o silenciarnos para crear unidad, tomar las calles, decidirse a prometer nunca ser burócrata porque así dijeron nuestros padres: combatirían al sistema desde dentro. Así dijeron nuestros amigos y hénos aquí. Ser radical, quizás, es reencontrar la esperanza y aceptar que fuimos nosotros los culpables de que se nos escapara.

Es tirar un semestre de universidad, irse al norte o al sur, pero irse. Es, como Amsterdam, tomar decisiones de tajo. O como aquel viejo al lado de un canal (no sé cuál, no importa el nombre) que fumaba un porro mientras jugaba con sus hijas a las escondidas, contaba mientras ellas se ocultaban tras los árboles. El porro era lo de menos, porque ponía atención, porque estaba ahí, jugando, haciéndose chiquito ante ellas, riéndose, siendo buen padre, rompiendo el halo en torno a la marihuana. Ser radical, tal vez, es recordar a cada acción que siempre seremos más que lo que consumimos.

Saber, estar consciente de que somos más que nuestro empleo. La tienes detrás de un vidrio semidesnuda, usa medias de red y sostén negro; con la mano izquierda te invita a pasar, mueve el dedo índice como diciéndote que el tiempo no espera, que no tiene sentido dudarlo, que nadie más que ella puede verte. Te conoce bien, no pasarás. Entonces vuelve a su silla, se acomoda el cabello y sonríe. No recordarás su cuerpo, sus senos al descubierto ni sus piernas largas y blancas, recordarás sus labios rojos esbozando complicidad. Ser radical, quizás, es plantarse frente al mundo pareciendo vulnerable pero mostrando enorme dignidad.

Es ser la calma entre el bullicio, la librería de joyas del S. XIX, donde además se albergan litografías sin firma que retratan los atardeceres holandeses, copias de grabados de Rembrandt. Cristo en la tormenta en el lago de Galilea. Manuales para la revuelta de 1968 en inglés, francés, español, idiomas que no son holandés. Postales enviadas de todo el mundo con imágenes de libros, sólo libros. Ser radical es ser el oasis, como lo es la Kok Antiquariaat en el Distrito Rojo. Retar al espacio, a los vecinos, a lo que el turista espera, arriesgarse a seguir contrastando. Ser radical es ser valiente; como la librería, el papá que fuma marihuana, la prostituta, todos aquellos que jamás serán reconocidos pero que sin miedo y con coraje por ellos, por otros, andan, siguen andando.