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May 20, 2015

Hueftgold

A decir verdad, no sé bien a bien qué siento al ser mujer.


Noté mi cuerpo hace poco más de diez años, aún no sé qué tan importante me resulta el sexo de las personas que me enamoran y no quepo en el estereotipo de belleza femenina.


No quepo.


No quepo, sobre todo, por mi tamaño. Nunca he cabido. Ni cuando era una chamaca de cinco años. El problemón al que se enfrenta una cuando mide 1.85m desde la adolescencia es que no hay ropa “de mujer” que sea tan grande, no en México. Hay que buscar en todas las tiendas del Centro, de Coyoacán, de la Roma, del tianguis de la Lagunilla, de “las pacas de Chalco” por días, semanas, hasta encontrar algo que se acomode al cuerpo. Una aprende a conformarse: deja de importar el color, la belleza, la tela. Desde los 11 años que me visto como caballero. Mientras quepa, está bien. La ropa es ropa, sólo sirve para cubrirse. Lo de menos es que me guste, lo de más es que me quede. Los vestidos que debiesen llegar a la rodilla con trabajos cubren las nalgas, los pantalones siempre son bermudas y las blusas apenas tapan la panza.


La panza.


Esa lucha constante. ¿Desde cuándo vivo a dieta? ¿Los siete? Las dietas se hicieron para dolerse, para llorarse, para romperse. La primera vez que me subí a una báscula aprendí que, contra todo esfuerzo, mi cuerpo habría de rebelarse de las tablas que evalúan talla y peso. Siempre gorda, entre el sobrepeso y la obesidad, dependiendo de la época del año, primavera o Navidad. “Lo bueno es que estás grandota, así no se te nota”. Tanto se nota que apenas hace un par de meses alguien decidió bautizar a mi panza “Verónica, con cariño”. Así, cada que yo quiero acabar con ella, el sujeto en cuestión me recrimina diciendo “¿quieres matar a Verónica de hambre?”. Poco a poco mi panza construyó una personalidad. Verónica. Pobre, un día de estos la voy a desaparecer sólo para caber en la talla 13, que es la más grande en tiendas mexicanas. Para, de una vez por todas, andar por la vida libre de dieta y con ropita de mujer.


Libertad.


Cuando descubrí que había zapatillas de mi número. 7.5, 11, 43, lloré de felicidad. Ser la más alta en todos lados como afirmación política y símbolo de rebeldía. “No le vas a gustar a nadie por gigante”. Mi compañeras de la primaria eran una dulzura. “¿Y sí te va a poder dar vueltas cuando bailen?” Mi papá preocupándose por los de su género. “Contigo no bailo porque estás muy alta”. Un médico que se negó a la salsa por inseguro, macho y reprimido. Es cierto que después de dos horas los zapatos altos duelen, también es cierto que limitan la movilidad, pero conmigo la cuestión es retar al estándar en el que no quepo, externar que los tamaños son un látigo profundamente doloroso, que, pese a todo y los esfuerzos por contener mi cuerpo, soy una muchacha gigante. La alegría es un día verse al espejo midiendo 2 metros, zapatillas negras, vestido azul, electrocumbia de fondo, el recuerdo de alguien que alguna vez dijo mientras me tocaba el vientre y la cadera: “Esta curvota es la más bonita del universo, lo sé de cierto. Hueftgold”. Nada (todo) importa. La libertad es saberse enorme, gorda, querida y guapa.

Este cuerpo molde, cárcel.

August 25, 2014

Hidalgo

Una, de repente, nota que al muchacho no le gusta tanto.

Algún miércoles, uno de tantos, José Enrique dijo que estamos destinados a hacernos de un estándar, una varita que mida todo, un significado para la palabra "maravilloso", un alguien que le dé sentido a lo "inmensamente bello". Por eso me convencí de dar el pasito al abismo, porque creo que tiene razón y que uno de los deberes de la vida es ser congruentes con nuestras propias historias. Ver al pasado, decir que tiene sentido, va con el presente. Aceptar que hay quienes, sin querer, se convierten en nuestros referentes.

"Te pareces tanto a mí".

No es un cumplido, sino una explicación.

Yo aquí no soy estándar de nadie. Si acaso de quien es el novio, el novio, el novio...

Y es una pena.

June 30, 2014

Casa

Mi casa es la fortaleza de sus brazos, la alegría de sus piernas, los lunares en su estómago, los árboles de su espalda y el mundo que se hace en su mirada (ojitos como dos gotas de agua).

Mi casa es su lenguaje.

Mi casa es el idioma mutuo del llanto.

Mi casa es nuestra historia de ciudades, viajes y años.

Casa es el sabor a café, cous cous, té de China.

Familia es no saberse sola.

Familia es comprender que, un día, de repente, los caminos se encuentran (en Seattle, Portland, Durham, Porto, Lisboa, Maputo. Todos los caminos llevan a Maputo).

Amor es llegar a casa.

Amor es necesitar que a una le pregunten: "¿Quieres ser mi familia, habitar conmigo una casa?"

Amor es contestar que sí, sí, cómo no, con todo y todo, siempre sí, si-no-lo-decías-tú-lo-decía-yo.

Amor es acomodar todas las fotos, los libros, las sábanas, los zapatos, los recuerdos, una misma, antes de mudarse.

January 3, 2014

Horizontes

Por unos meses, no sé, tres, cuatro, a diario vi el volcán.

Íbamos de Manzanillo a Colima por la carretera llena de limones, papayos, mangos. Mientras, Alberto me contaba sobre los árboles, trataba de enseñarme sus nombres y, de paso, sus historias. Todos, absolutamente todos, tenían alguna extraña relación con su propia vida en Veracruz, la Ciudad, cerquita del volcán.

Éste es igualito al del salón del fiestas de mi boda.

Ése es un limón enfermo, como mi padre antes de morir: pálido.

Éste otro parece nevado en invierno. Nunca he visto la nieve.

Decía tratando de liberarse de tantos sueños de historias.

Yo veía hacia adelante, donde acababa el camino. Bellos depósitos de magma.



January 1, 2014

Manzanillo, Colima

Manzanillo no duerme. El puerto no para, veinticuatro horas los hombres y las mujeres trabajan. Como si no nos cansáramos.

Y los muchachos me cuentan: "Cuando a mi papá le cayó la caja no supimos qué hacer. Murió rápido. Dicen sus compañeros que el cuerpo se deshizo en el instante. ¡Que bueno, no sufrió! Al ratito no tuvimos dinero y mi mamá tomó su lugar como contador de cajas, lo único diferente es que ella usa un casco. Pero maestra, ¿qué diferencia hace un casco si son diez toneladas por caja?".

Aquí hace tiempo.

Duele.

Estoy cansada.

Sigo profundamente exhausta.

December 19, 2013

Tu Mexico City

Here we are, dearest.

Un año después.

Con tu spanglish nuevo, tus palabras e ideas apenas nacidas.

Esta es la alegría de los caminos andados.

La nostalgia, for me and for you.

September 15, 2013

Washington, DC. Segunda vez.

Nota:

Ya, por fin, me resulta evidente que este blog es una diario de viaje.

Washington, DC
Me prometí, hace, no sé, dos, tres, cuatro años, que no viajaría a otro país por ningún amor.

No pude guardar la propia promesa.

La rompí sin querer, sin darme cuenta, con cierto miedo y muchas preguntas. Tuve que tomar el vuelo, hacer la conexión, correr para no perder el avión, invertir el salario quincenal, dejar de comprar libros, música, café, cancelar las citas de varias semanas, para irle a visitar.

Pensé que no podríamos compartir tanto tiempo. Y pude, y me gustó, y quise.

Pensé que no podríamos platicar del futuro. Y pude, y me gustó, y quise.

Bailamos frente a la estatua de José de San Martín, nos sentamos en las piernas de Albert Einstein, nos explicamos la revolución bolivariana y la física nuclear, nos tarareamos canciones-dijimos poemas-plantamos besos al amanecer. Nos construimos historia. 


Hacerme saber, convencerme de esto, le costó cuatro viajes, me tomó lo mismo. Carajo.

Así se siente ser amada. Así, también, se siente amar.

"Te quiero dar muchos besos. Y abrazarte. Y sentir nuestros latidos. Eso. Y recordarte que siempre aprendemos; diario, cosas nuevas. Yo de ti. Tú de mí".


February 8, 2013

Un pretexto para saludarte, Juan Carlos

Te diré algo, le dije, pero tienes que creerlo. Es verdad. Hoy, exactamente hace diez años, murió Augusto Monterroso. No lo sabía. Me enteré porque de pronto se me vino a la mente El dinosaurio. Quería ponerlo en un papel. No sé por qué. Sólo me vino a la cabeza y sentí la necesidad de escribirlo. Luego quise ver su foto, y luego su fecha de nacimiento y por último el día de su muerte. Todos morimos, pensé. Puedo asegurarte que no conocía, hasta hoy, la fecha de su muerte. Apenas recuerdo una imagen caricaturesca de su triste rostro puesto en un viejo libro, en donde decía que él, ese Monterroso caricaturesco aparecido en un pequeño cintillo, había nacido en 1921, que había escrito El dinosaurio, que era el cuento más corto escrito en lengua española, y que decía que Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Pero jamás vi, te lo aseguro, esa otra fecha, la de su deceso, y que como bien sabes, porque hoy lo vives, marca el término del camino. No aparecía porque hoy, es decir, hace unos minutos, sé que él, Monterroso, seguía con vida, a pesar de que todo en la caricatura sugería que había muerto al menos una década atrás. Sólo quiero decirte que quizás un día, justo en medio de esta clase de casualidades de las que siempre hemos vivido rodeados, que nos acompañarán siempre, quedándose aun cuando te hayas ido, y que han llegado a atormentarte porque terminan, como dices y sin duda comprobaste ya, operando en contra de ti y no en favor tuyo, despierte y todavía sigas allí. Quizás seas mi dinosaurio monterrosiano y mi caricatura anacrónica de una muerte que pese a todo, incluida tu más absoluta resignación, sólo pueda confirmarse en el futuro.

Emilio Santamaría

December 29, 2012

Madrugada

Pienso en la comida.
Pienso en la comida todo el tiempo, más por la madrugada.
En el abuelo que contaba su infancia plagada de hambre y analfabetismo.
En la abuela que no para de hablar sobre el trabajo temprano.
En los movimientos espontáneos del estómago.

Una vez viví en India, viajé por doquier, casi siempre de madrugada.
Entonces el guru me preguntó: "Do you go to college? Does it work? Do you now know how to solve poverty? Just tell me. If not, then it doesn´t work". Si no sabes cómo solucionar la pobreza, casi nada sirve.
Y me amarró un listoncito a la mano derecha.
Y sigue aquí, por más que quiero, no se quiebra, no se esfuma, no me deja.

Do you now know how to solve poverty?

Pienso en la comida.
Pienso todo el tiempo en esa pobreza.

December 25, 2012

Farewell


      Entre la Ciudad de México y Washington DC hay cerca de 3034 kilómetros en línea recta.

      Se puede ir:

      En avión, bus, bici.
      

      As soon as it gets hard,
      remember,
      no estás solo(a)
      todo mejora siempre
      estoy(estás) espera(á)ndo(me).
      En estas palabras ha habido acciones.
      En estas palabras hay más que promesas.

      Se puede ir:
      En marzo, mayo, junio, diciembre.   

June 17, 2012

Inesperado

Por respeto, tienes el derecho a no escribirme jamás.

No me escribas de tu vida, no me saludes, ni digas que estás contento, no me cuentes historias de frío invernal, de aprendizajes sublimes, de encuentros fortuitos. No me describas la escena de cuando te encontraste con aquella mujer que le daba de comer a las palomas en todas y cada una de las fuentes que viste en esa otra ciudad; tampoco quiero saber sobre los trenes que tomabas en la madrugada para arribar en la mañana y aprovechar todo el tiempo, darle un abrazo, beso, dos palabras; no se te ocurra saludarme de repente, ni siquiera en mi cumpleaños, o en el tuyo, o en el triunfo del 1 de julio, o en la Navidad en Islandia, guárdate el saludo; ahorra el mensaje telefónico para una mejor ocasión (la nostalgia en la vejez, algún funeral).

Por respeto, tienes el derecho a no escribirme jamás.

No me escribas un poema secreto.

Por respeto.

Siquiera, cariño.

April 13, 2012

El silencio, también a mí, me despertó

Aquí, ahora, hay que decidir si se toma el primer o el segundo camino, que más bien deberían ser llamados caminos a secas, sin mayor descriptivo.

Como deberían ser todos las cartas casuales. No deberían dar respuesta a ninguna pregunta, bastan las palabras que saben dibujar escenas lejanas, entre árboles, nieve, frío o lagos. Eso es suficiente.

La guerra, los muertos (a los mexicanos nos tomó mil quinientos muertos por día para levantarnos un abril de 2011, desde entonces la curva de asesinatos por el narcotráfico ha ido en descenso), las mujeres descuartizadas, usadas para ritos obscenos; los indios, jóvenes, estudiantes, madres, activistas sociales desaparecidos; el negocio de los niños embodegados, el tiempo escurridizo. Son lo de menos.

Por respeto, no hay que decir verdades. O hay que decirlas sutilmente.

Atenea, querida, lamento informarte que tu inconformidad ante la injusticia no se resuelve estudiando Derecho. A ti te gustan las Humanidades y las Ciencias Sociales, una debe estudiar lo que le gusta. Del futuro, Atenea, nos habremos de preocupar en el futuro. Tú, por lo pronto, deberías dejar la Pedagogía y dedicarte a escribir cuentos, novelas o aforismos.

April 3, 2012

Mauerpark

-¿Vale la pena?- Preguntó Carlos a la distancia.
-No, creo que no... Yo sé que no vale la pena-.

Todo fin de viaje es el principio de otro. Ese tren hacia Hamburgo que tomé algún día de la segunda semana de noviembre fue el principio de este otro andar.

A veces una viaja no para narrar nuevos sucesos, tomar buenas fotos, mandar más postales; sino para definir a pinceladas gruesas qué existencia, qué futuro, qué vida quiere tener. Viajar para reconstruirse.

Berlín, la ciudad, es lo de menos.

March 22, 2012

Recuerdos

Yo nunca, nunca podré narrar Aarhus como lo hizo él.
...

Killing an Arab
Por Emiliano Ruiz Parra

Rodeado de arces y sicomoros, el estanque ofrece una de las vistas más apacibles de Aarhus. Los patos graznan a la espera de un pedazo de pan; las gaviotas vuelan alrededor y los céspedes, aun en lo más crudo del invierno, reflejan con el brillo de su verdor los pálidos rayos del sol. Situado dentro del campus universitario, cada tanto me siento en una de sus bancas a contemplar el espectáculo del silencio y la naturaleza. Esa mañana, sin embargo, la tranquilidad se perturbó por la carrera de un hombre de cabello gris con una red en la mano que perseguía a un pequeño gallinazo. Hubo una fracción de segundo que lo tuvo al alcance pero no se animó a arrojarse para atraparlo y el pajarillo se lanzó al agua. El hombre resolló y se dirigió a mí en una lengua que no comprendí.

--Disculpe, no hablo danés –le dije.

Me respondió en inglés fluido:

--Las gaviotas atacaron a la madre de este pequeño gallinazo y ahora debo rescatarlo o, de lo contrario se lo comerán a él también si no está su madre para defenderlo. ¡Pero vaya que corre rápido!

--¿Y qué hará con él si lo atrapa? –pregunté.

--Cuando menos, llevarlo al estanque de allá, que es más pequeño. Pero creo que lo mejor será llevarlo al hospital.

--¿Al hospital?

--Sí, tenemos un hospital para los animales en situación vulnerable. Allá crecería, y ya más grande lo devolveríamos al estanque.

*****

La lengua danesa tiene unos cinco millones y medio de hablantes. Dinamarca es de los países más ricos del mundo en índices per capita y, quizá, el país con el esquema tributario más fuerte y progresivo del mundo: los impuestos representan el 48 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Esa solidez fiscal sostiene a un Estado de Bienestar que no sólo provee salud y seguro de desempleo, sino uno de los servicios educativos más avanzados. A los jóvenes se les paga un salario decente por ir a la universidad y la lengua inglesa es obligatoria desde la primaria. Se puede vivir en este país sin saber una sola palabra en danés. Los jóvenes hablan inglés fluidamente; los adultos lo conocen con suficiencia para proveer cualquier servicio y los más viejos, aun cuando no la dominen, son capaces de sostener conversaciones.

La educación pública danesa produce jóvenes cosmopolitas y universales como Simon, un estudiante de física que conocí en la fiesta de una comuna. Nunca había salido de Europa pero sabía del mundo como poca gente. Hablaba con familiaridad de problemas de América Latina, Asia y África y, en unos minutos, trazó un retrato político y económico de su país. Ni por su nivel de información ni por la escasez de su cabello era verosímil que apenas tuviera 19 años. Pero era verdad. Contó que vivía en un departamento en el gueto de la ciudad: un conjunto de edificios en el oriente a donde fueron a dar los inmigrantes asiáticos y africanos en Aarhus. Cuando se mudó al gueto algunos amigos daneses le dijeron que se cuidara del crimen.

A Simon le indignaban las medidas de contención migratoria que los nacionalistas habían impulsado en el anterior gobierno. Una de ellas, el examen de cultura danesa que todo inmigrante debía presentar –en danés— para obtener la residencia.
--Ningún danés pasaría ese examen –me dijo.
Los inmigrantes sí lo acreditan y se mudan a Aarhus por miles. Pero en el hermoso centro de la ciudad no se les ve. Las calles peatonales, los cafés, las plazas, los restaurantes y las tiendas de ropa no parecieran atraerlos mucho. Quizá se deba a los precios. Una cena ligera para una persona, con una copa de vino, cuesta unos mil 200 pesos mexicanos, y aun así es muy raro ver un restaurante vacío a la hora de la cena.

******

Ubicado a un costado del gueto afro-asiático, el bazar es el sitio más cosmopolita de Aarhus. Más pequeño que un mercado de barrio de la ciudad de México, hospeda a las comunidades somalí, palestina, turca, india y magrebí. A la entrada, del lado izquierdo, un sikh ofrece un estupendo masala; en el local del lado derecho, palestinos de Gaza preparan un riquísimo humus y deliciosas berenjenas. En el pasillo lateral izquierdo una fonda somalí ofrece cordero a la menta y, al fondo, marroquíes venden unos exquisitos postres bañados en miel. Y a precios accesibles. En el bazar se consigue fruta sabrosa; los cortes de cabello, a unos 250 pesos mexicanos, son los más baratos de la ciudad.

Uno de los lugares más entrañables del bazar es el café de somalíes. Decorado con fotos de playas paradisíacas, la bandera nacional y el equipo futbol, la frigidez del invierno se disipa en su interior. En un país en donde la carcajada es, literalmente, mal vista, en este café el barullo recuerda a una cantina mexicana. Los somalíes no beben alcohol, pero no les hace falta. Mientras juegan cartas gritan, ríen, se dan de palmadas. Me siento en casa. Quizá tenga razón Alberto Ruy Sánchez cuando dice que México es un país árabe que no se reconoce.

Acudí al café de somalíes con Diego Osorno, que hizo el viaje hasta este puerto para visitarme. A él le fascinó tanto como a mí y me sugirió ocuparlo como lugar de trabajo, porque además provee Internet gratis. Un sábado lo hice así. Pero de repente se interrumpió el barullo y el dueño del café me dijo que cerrarían el café porque irían a rezar pero que podía volver en 15 minutos (el bazar contiene mezquita y escuela coránica). Esperé afuera, regresaron los somalíes y me instalé de nuevo. A las dos horas se acercó a pedirme que me retirara, pero me invitó a regresar dentro de 15 minutos. El ritual se repetía cinco veces al día…

El bazar, sin embargo, no ha de ser idealizado. Es tan patriarcal como las cantinas de México, pero quizá en un nivel más opresivo. La proporción de mujeres en sus corredores es menor y, por lo general, sólo acuden a comprar verduras. Nunca he visto a una mujer dentro de los cafés somalí o turco. Con Atenea Rosado, que me llevó al bazar por primera vez, nos atrevimos a franquear la puerta de la fonda somalí y comer dentro. Era la única mujer además de la cocinera. Los hombres la miraron con incomodidad pero al poco tiempo se acostumbraron a su presencia. No nos atrevimos, sin embargo, a romper el cerco invisible del ruidoso café somalí de las playas paradisíacas. Ahí he entrado yo solo o acompañado de hombres.

El bazar comprime dentro de sí a más guetos: En el café turco hay sólo turcos; lo mismo en el somalí. De vez en cuando un marroquí platicador hablará mal de los africanos y viceversa. Sus orígenes, lenguas e historias son distintas, pero suelen compartir algunos rasgos: son ruidosos, comelones, sonrientes, extrovertidos. Cuando entablan una conversación, suelen quejarse de que les resulta harto difícil encajar en la sociedad danesa.

******

Se agotó la pila de mi computadora y abandoné el café del campus universitario. Caminé a la parada y miré el horario: faltaban todavía 15 minutos para mi autobús. Los músculos, contraídos de frío, me demandaron movimiento y me dirigí a la otra parada, aún más céntrica. Todavía debía aguardar 10 minutos. Un joven danés se acercó, se fijó en los horarios y se resignó a esperar. En la acera de enfrente resonó la tos de un hombre muy enfermo. Caminando pesadamente y a tumbos llegó a la parada. Estaba cubierto en ropas viejas y sucias y cargaba una bolsa. Se sentó en la banca, a medio metro de donde yo había dejado mi mochila. Unas mujeres jóvenes pasaron frente a nosotros y el borracho, entre arcadas de tos, se dirigió a mí en una lengua que no entendí.

--Disculpe, no hablo danés –le dije.

Respondió en inglés con un grito indignado:

--¡Vienen a cogerse a nuestras mujeres pero no son capaces de aprender danés!

Le di la espalda y contemplé la luna, decidido a no prestarle más atención. Pero su voz seguía ahí: volvió al reclamo sobre las mujeres y mi ignorancia de la lengua danesa. Seguí sin voltear. Gritó de nuevo. Dirigió entonces su voz atrabancada a insultar al islam y a Mahoma. La diatriba islamofóbica se prolongó por uno o dos minutos. Yo lo dejé pasar y seguí mirando la luna.
De repente se escuchó un golpe y la parada de autobús retumbó. El borracho le había pegado a una de las paredes de vidrio, se había puesto de pie y se dirigía hacia mí. El otro danés que esperaba el autobús dio dos pasos atrás y se apartó. Prefirió que lo bañara una lluvia suave pero pertinaz y sacó un teléfono del bolsillo e hizo una llamada.

--¡Si yo quiero te mato! – me gritó el borracho.

Lo dijo una segunda y una tercera vez. Cada vez más fuerte y cada vez más cerca de mí, aproximando su cuerpo grande y torpe y su voz estentórea que ya retumbaba en toda la cuadra. Eran las nueve con seis minutos de la noche en el centro de la ciudad. En una calle normalmente transitada no había nadie en ese momento. O eso me pareció a mí. Una vez más, otra más, más fuerte y más cerca: ¡si yo quiero te mato!

El borracho se sentó de nuevo en la banca cuando se detuvo mi autobús y lanzó una última amenaza. No me siguió a bordo. El joven danés que había atestiguado la escena buscó un lugar en el extremo opuesto del vehículo y continuó con su llamada telefónica.
Recordé los versos de The Cure a propósito de la novela de Camus:

I’m alive
I’m dead
I’m a stranger
Killing an Arab.

February 20, 2012

Un fin de semana intenso dificultó la respuesta

Un viernes de clases, horas y horas en transporte, familia y reunión - hasta eso, relativamente productiva. Un sábado de hospital y niños, esta vez no hospitalizados sino de urgencia (la gran mayoría, no graves). De doctoras que regañan a las mamás por ir a urgencias. De una recién nacida que está en urgencias porque la encontraron en una caja de cartón en la calle y la llevaron al hospital. De niñes con varicela, infecciones de vías urinarias, labios partidos. De familias que se desesperan nomás porque esperan de 5 am a 10 am para recibir atención, y mejor deciden irse, los muy ingratos (y de doctoras que en verdad piensan eso, y agregan: "mejor pa' nosotros"). De no tener idea cómo diagnosticar ni tratar nada. Y luego de cocinar, cocinar, cocinar, y esperar a que se cuezan los garbanzos.

Y un domingo de cruzar la ciudad y adentrarse en sus periferias, de oler los tufos de la basura que medio a escondidas tira el DF, de oler los tufos del sistema político que promete, coopta, corrompe, ensucia, golpea, amenaza de muerte. De hablar con gente, de ver a niños, de oír que se les infectan los ojos, la piel, que dos niños con leucemias, que uno con malformaciones cardiacas. De congregaciones católicas sin iglesia, de aguas negras al aire libre. De pensar que entre basura y aguas negras no debe sentirse tan libre el pobre aire. De muros que se cuartean, casas con gente hacinada que se deslizan por un suelo arenoso que la constructora - a sabiendas - no tomó en cuenta. De "privada" tras "privada" con una calle de unos 100m en cuyas dos banquetas caben 50 casas. De oir que cada privada tiene a una persona pagada por la empresa pa' que la gente no se alborote. De que la empresa es del hijo del compadre del que dicen que va a ser presidente. De que iba a haber 5 terrenos de donación para centros de salud. De que cuatro de ellos ya se usaron para construir más casitas. De que dicen que al que queda ya fue gente de Wal-Mart a ver y a medir. De que no hay mercado. De ver que hay gente que sigue la denuncia, que se intenta juntar. De ver que un grupito de chavos se junta pa darle clases de regularización a los niños.

En fin, de rabia, harta rabia, con una pizca de esperanza que, para el buen paladar, sabe más fuerte aunque esté más diluida.

...
Este es un correo electrónico de mi hermano, lo tomo prestado. Lo tomo.

October 31, 2011

Uñas rojas

Me puse las medias de red porque sabía que los fines de semana no volverían a ser calientes, no me permitirían salir sin abrigo y botas. Me puse las medias de red porque con ese vestido nada iba mejor, hubieses visto, las piernas se me veían larguísimas. Me las puse porque nunca antes tuve unas, en boca de mi hermana "la medias de red son medias de puta", como lo es el labial carmín, las minifaldas de cualquier color, las pestañas negras, los aretes ostentosos, las zapatillas plateadas, todo de puta. Me las puse porque aquí nadie me acosaría, no tendría que cuidarme la espalda ni las nalgas, tomaría el autobús al centro como si nada, todas lo haríamos y no sería extraordinario. No tuve miedo de ser observada, de que quienes me vieran en la calle crearan historias sobre mí, supe desde que las compré que aquí las medias de red son sólo un accesorio más; andan las danesas con medias negras, rojas, piel, rotas, medias con agujeros enormes bajo shorts que no llegan a los muslos, salen de fiesta, conducen la bici, asisten a la universidad siempre con medias y sin etiquetas. Me puse las medias de red, de puta, porque quise rebelarme contra el pasado, contra el machismo que mi abuela, mis tías, mi madre, me han enseñado, quise a la distancia acabar con la misoginia de aquellos que alguna vez me tocaron sin consentimiento, me gritaron sin otra razón más que mi cuerpo. Me acordé de ti, Lizbeth, que me explicaste hace mucho, que nada debería tener etiquetas, menos la ropa.

October 26, 2011

Kok Antiquariaat


Ahí estuvimos, las dos en Amsterdam diciéndonos que el México al que volveremos no es el México que dejamos hace cinco años cuando nos fuimos a estudiar al extranjero. Este México parece tener el miedo que no tuvieron quienes ocuparon Reforma o quienes anduvieron en la Otra Campaña. Dejamos atrás tiempos en los que ser joven era sinónimo de libertad, pasaron los días en los que los jóvenes de secundaria no tenían que tirarse al piso para salvar la vida. Hablamos como si fuésemos dos viejas nostálgicas, no es nada más que tantas transformaciones en tan pocos meses. El México de hace cinco años se esfumó muy rápido y sin previo aviso, por ello duele, por eso nos lo teníamos que contar.

Amsterdam nos vio decirnos cuanta esperanza se nos ha ido a cada respiro. El maratón internacional me dio una gran bienvenida recordándome de qué somos capaces, mil, diez mil corredores de todo el mundo andando a toda velocidad esperando los aplausos en cada esquina. Vi cómo los holandeses dan ánimos a sus corredores con música de Elvis Presley y mallones rosas, bailan y cantan porque el sol se los permite, porque no hay nada qué temer.

Elba y yo platicamos de esto, del futuro, de los recuerdos que nos darán vida, la memoria es lo que nos queda al final. Caminamos entre deportistas y canales conversando sobre la posibilidad de rebelarnos despacito y el significado cotidiano del ser radical. ¿Qué es ser radical? Además de gritar por el Eje Central o silenciarnos para crear unidad, tomar las calles, decidirse a prometer nunca ser burócrata porque así dijeron nuestros padres: combatirían al sistema desde dentro. Así dijeron nuestros amigos y hénos aquí. Ser radical, quizás, es reencontrar la esperanza y aceptar que fuimos nosotros los culpables de que se nos escapara.

Es tirar un semestre de universidad, irse al norte o al sur, pero irse. Es, como Amsterdam, tomar decisiones de tajo. O como aquel viejo al lado de un canal (no sé cuál, no importa el nombre) que fumaba un porro mientras jugaba con sus hijas a las escondidas, contaba mientras ellas se ocultaban tras los árboles. El porro era lo de menos, porque ponía atención, porque estaba ahí, jugando, haciéndose chiquito ante ellas, riéndose, siendo buen padre, rompiendo el halo en torno a la marihuana. Ser radical, tal vez, es recordar a cada acción que siempre seremos más que lo que consumimos.

Saber, estar consciente de que somos más que nuestro empleo. La tienes detrás de un vidrio semidesnuda, usa medias de red y sostén negro; con la mano izquierda te invita a pasar, mueve el dedo índice como diciéndote que el tiempo no espera, que no tiene sentido dudarlo, que nadie más que ella puede verte. Te conoce bien, no pasarás. Entonces vuelve a su silla, se acomoda el cabello y sonríe. No recordarás su cuerpo, sus senos al descubierto ni sus piernas largas y blancas, recordarás sus labios rojos esbozando complicidad. Ser radical, quizás, es plantarse frente al mundo pareciendo vulnerable pero mostrando enorme dignidad.

Es ser la calma entre el bullicio, la librería de joyas del S. XIX, donde además se albergan litografías sin firma que retratan los atardeceres holandeses, copias de grabados de Rembrandt. Cristo en la tormenta en el lago de Galilea. Manuales para la revuelta de 1968 en inglés, francés, español, idiomas que no son holandés. Postales enviadas de todo el mundo con imágenes de libros, sólo libros. Ser radical es ser el oasis, como lo es la Kok Antiquariaat en el Distrito Rojo. Retar al espacio, a los vecinos, a lo que el turista espera, arriesgarse a seguir contrastando. Ser radical es ser valiente; como la librería, el papá que fuma marihuana, la prostituta, todos aquellos que jamás serán reconocidos pero que sin miedo y con coraje por ellos, por otros, andan, siguen andando.

September 18, 2011

Lo que me enseñó mi padre

"Te estoy escribiendo hoy 15 de septiembre en una fecha especial, la Independencia de este país, pero sirva esto para recordarte que aunque la patria es importante, esta se lleva dentro y no hace falta ningún jolgorio ni territorio; te puedo yo servir de ejemplo, soy parte de una nación que ya no existe excepto en mi cabeza, memoria y nostalgia. Esto que ahora vemos es casi una pesadilla, donde el Narco-Estado, campea y tiene su hábitat. Hoy hasta las 8.25 de la noche no había cambios y sólo un milagro ocasionará que Peña Nieto no arrase en las elecciones de julio, sólo la memoria ayudará a que no elijamos al PRI, sólo la conciencia nos hará elegir una alternativa al PAN, sólo el sentido común nos llevará más allá que el PRD. No te mereces este país, llévate a la patria contigo".

Arturo Rosado, Ciudad de México, 15 de septiembre

September 11, 2011

Islandia (2)




Es como llegar al fin del mundo, o al principio. No se sabe.

Bajé del avión con ganas de explorar lo más que pudiese, anduve a pie por varios minutos, paseé por el aeropuerto buscando un mapa de Rejyavik, pensé que tal vez habría algún autobús que me llevase al centro de la ciudad, observé a los islandeses que atendían el duty free, a los policías, a los meseros, todos son tan iguales: Bellos. Yo tan ilusa, no había mapa de la ciudad, tampoco autobús que me acercara al centro. Fallé en mi búsqueda pero descubrí que el islandés, tanto como el hindi son ajenos al español, al inglés, al danés, a cualquier idioma que hubiese visto antes. Pequeño idioma hablado por 300 mil personas, olvidado del mundo, en el horizonte del oceáno. Diminuta isla olvidada por cualquier libro de Geografía, Islandia a la distancia.

El frío islandés me inundó los pulmones enseguida salí del avión. Avión desde el cual vi pedacitos de hielo flotar por el mar, se miraba a la tierra deshacerse desde allí arriba, como si todo viajase al sur lentamente, por un minuto (o una hora, no sé) escuché a los glaciares perder metros de sí. Recordé el sonido del hielo caer, como aquella vez que escalamos una montaña en los Himalayas, enormes bloques blancos caían del cielo como si mi mundo terminara de repente, así Islandia desde el aire, cayéndose despacio, dándose al océano. Estábamos a 6ºC pero la sensación térmica era de -10ª, me abrazaba para darme calor, recordarme que pese a estar tan sola allí, no lo estoy aquí. Recordar que hay promesas que nunca se cumplen, como los viajes a Islandia. Abrazándome porque tenía frío, porque no había nadie más.

Fui a ver el océano, siempre me ha gustado ir a la costa sólo para ver arena, para ver el romance de la tierra con el agua, este ir y venir de las olas que pocas veces penetran con entereza a la playa, el juego del agua que finge ser fuerte y es rota enseguida encuentra una barrera. El juego del cortejo. Fui para saber si desde allí podría ver al mundo entero, para algún día contar qué se ve desde la costa islandesa, cómo son las nubes del norte. Me encontré sentada en una banca de madera viendo al mar, sintiendo al viento jalarme hasta el agua, llevarme a fuerza mientras me gritaba que en Islandia, la gente recuerda que es casi nada, por que el viento, el agua, las nubes, las gaviotas enormes, los glaciares al derretirse y los volcanes al calentarse lo son todo.

Dijo Lonely Planet que fuera a la Laguna Azul, que caminase hacia los volcanes, que comiera paté de tiburón. Dijeron que fuese turista en Islandia. Pensé yo que esta vez iría a Islandia solamente a respirar, pensar, ver que hay antes del poema, otra vez regresaría por un par de meses: acompañada. Por que sabía que el frío me contagiaría de tristeza, nostalgia, recuerdos, momentos perdidos, miedos; qué mejor, así comienza y termina la vida y el mundo. A sabiendas de que siempre hay pedacitos de hielo y de tierra arrojándose al océano.

August 28, 2011

American Way of Life (1)

Ya dijo Freire, ya dijo Gramsci, ya dijo Montessori, ya dije yo, que la educación es siempre un acto político en el que es tan importante lo que se enseña como lo que se calla. Tan esencial es el currículo oficial como el oculto. Porque lo que decide no enseñarse suele ser alternativo a lo establecido por cualquier sistema, da oportunidades a la imaginación de lo distinto, a siquiera pensar que otro mundo es posible. Poniéndolo de forma un poco más poética, lo que no se enseña contiene al horizonte. Diciéndolo más claramente, el contenido limita lo políticamente correcto, lo sistémicamente adecuado.

Es un problema, y así debe llamarse, el mero hecho de omitir al pensamiento marxista, crítico, marxista analítico. Vi a nuestros amigos por una semana, platiqué con ellos, me quedé en sus casas, comí su comida; pensé mucho en cuánto hemos cambiado y hacia dónde estamos yendo. Noté que cuando decidimos volver a México, además de elegir un camino geográfico, sobre todo optamos por una línea ideológica. Decidimos no quedarnos con sólo una historia. Intento decir que el pensamiento latinoamericano presente en la estructura, currícula y métodos de la UNAM (mi UNAM) me ha dado la libertad de observar distintos aspectos del mundo, no creo que la Universidad sea lo suficientemente crítica, sin embargo, en medio de las discusiones sobre sociedad civil en un café cerca de la Casa Blanca, me pareció suficiente saber de la existencia del pensamiento de Foucault. Allí, entre el Pentágono y el Memorial a Lincoln supe que es fundamental recordar que somos vigilados, a veces castigados, tal vez premiados sin ser vigilados. Me alegró reconocer las alternativas del american way of life.

La vida estudiantil en México es sumamente distinta a la estadounidense, siempre lo hemos sabido. No sé si lo esencial radique en vivir en un campus, tener clases pequeñas, elegir clases, no sé... Sé que me importa el activismo estudiantil y el cómo los universitarios entendemos nuestro rol en la toma de decisiones. El activismo para mí siempre ha sido político y como tal, formativo en el plano social e ideológico; será tal vez porque en América Latina, el tercer mundo, el mundo subdesarrollado (llámalo como quieras), las exigencias estudiantiles van de la mano con la lucha obrera y campesina, el movimiento estudiantil tiene potencial de volverse movimiento social y viceversa. No en Estados Unidos, no en el actual círculo de los estudiantes de Liberal Arts y Ivy League, sería interesante considerar al sistema de California o NY. Me sorprendió la falta de vínculos entre el mundo académico y el mundo en general, conclusión que he sacado de platicar con quienes estudian aquí y de observar Georgetown y su relación con el entorno inmediato, de recordar Columbia en NYC. Seguramente me equivoco. Poner banderitas en la calle que dicen "War is not the answer" y no emprender ningún otro tipo de acción, no es compromiso político ni ideológico, es simplemente un conjunto de buenas intenciones.

Tan buenas intenciones como decir que una quiere trabajar en una organización no-gubernamental en un país latinoamericano habiendo sido educada en EUA. Nada de "abajo el imperialismo" en mis palabras, simplemente creo que el cómo se entiende la ciudadanía en un país tan institucionalizado dista mucho de lo que buscan los pueblos en América Latina, para empezar, a veces dudo mucho que deba hablarse de ciudadanía en el contexto latinoamericano, tal vez debiera cambiar el término. Me acordé de cuán ingenua era yo cuando volví, cuan descontextualizada, la diferencia es que tenía 18 y mi formación no era especializada. Vivir en Oaxaca me enseñó mucho, estudiar en la Fac y a la par trabajar en Alianza Cívica, más, evidentemente aquí no me refiero al conocimiento académico sino al aprendizaje del día a día. Trabajar en ONG's, en Colectivos, etc. no es cosa sencilla.

Resultará obvio el porqué tuve emociones encontradas. Washington y un par de conversaciones que tuve allá fue encararme a mí pero hace unos años, recordar mis razones para estar donde estoy. Encontrar a los amigos de hace tiempo me aclaró el camino.

Por todo lo demás, DC es una ciudad organizada, discriminatoria y patriota pero con un gran sentido de comunidad en algunas áreas. Podría ir un par de veces más de vacaciones. No me cansaría de ver sus museos, parques y estatuas, no me cansaría de escuchar Bad Romance de Lady Gaga interpretada por una banda de higschoolers queer.