September 11, 2011
Islandia (2)
Es como llegar al fin del mundo, o al principio. No se sabe.
Bajé del avión con ganas de explorar lo más que pudiese, anduve a pie por varios minutos, paseé por el aeropuerto buscando un mapa de Rejyavik, pensé que tal vez habría algún autobús que me llevase al centro de la ciudad, observé a los islandeses que atendían el duty free, a los policías, a los meseros, todos son tan iguales: Bellos. Yo tan ilusa, no había mapa de la ciudad, tampoco autobús que me acercara al centro. Fallé en mi búsqueda pero descubrí que el islandés, tanto como el hindi son ajenos al español, al inglés, al danés, a cualquier idioma que hubiese visto antes. Pequeño idioma hablado por 300 mil personas, olvidado del mundo, en el horizonte del oceáno. Diminuta isla olvidada por cualquier libro de Geografía, Islandia a la distancia.
El frío islandés me inundó los pulmones enseguida salí del avión. Avión desde el cual vi pedacitos de hielo flotar por el mar, se miraba a la tierra deshacerse desde allí arriba, como si todo viajase al sur lentamente, por un minuto (o una hora, no sé) escuché a los glaciares perder metros de sí. Recordé el sonido del hielo caer, como aquella vez que escalamos una montaña en los Himalayas, enormes bloques blancos caían del cielo como si mi mundo terminara de repente, así Islandia desde el aire, cayéndose despacio, dándose al océano. Estábamos a 6ºC pero la sensación térmica era de -10ª, me abrazaba para darme calor, recordarme que pese a estar tan sola allí, no lo estoy aquí. Recordar que hay promesas que nunca se cumplen, como los viajes a Islandia. Abrazándome porque tenía frío, porque no había nadie más.
Fui a ver el océano, siempre me ha gustado ir a la costa sólo para ver arena, para ver el romance de la tierra con el agua, este ir y venir de las olas que pocas veces penetran con entereza a la playa, el juego del agua que finge ser fuerte y es rota enseguida encuentra una barrera. El juego del cortejo. Fui para saber si desde allí podría ver al mundo entero, para algún día contar qué se ve desde la costa islandesa, cómo son las nubes del norte. Me encontré sentada en una banca de madera viendo al mar, sintiendo al viento jalarme hasta el agua, llevarme a fuerza mientras me gritaba que en Islandia, la gente recuerda que es casi nada, por que el viento, el agua, las nubes, las gaviotas enormes, los glaciares al derretirse y los volcanes al calentarse lo son todo.
Dijo Lonely Planet que fuera a la Laguna Azul, que caminase hacia los volcanes, que comiera paté de tiburón. Dijeron que fuese turista en Islandia. Pensé yo que esta vez iría a Islandia solamente a respirar, pensar, ver que hay antes del poema, otra vez regresaría por un par de meses: acompañada. Por que sabía que el frío me contagiaría de tristeza, nostalgia, recuerdos, momentos perdidos, miedos; qué mejor, así comienza y termina la vida y el mundo. A sabiendas de que siempre hay pedacitos de hielo y de tierra arrojándose al océano.
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