Íbamos de Manzanillo a Colima por la carretera llena de limones, papayos, mangos. Mientras, Alberto me contaba sobre los árboles, trataba de enseñarme sus nombres y, de paso, sus historias. Todos, absolutamente todos, tenían alguna extraña relación con su propia vida en Veracruz, la Ciudad, cerquita del volcán.
Éste es igualito al del salón del fiestas de mi boda.
Ése es un limón enfermo, como mi padre antes de morir: pálido.
Éste otro parece nevado en invierno. Nunca he visto la nieve.
Decía tratando de liberarse de tantos sueños de historias.
Yo veía hacia adelante, donde acababa el camino. Bellos depósitos de magma.