April 7, 2011

Abril 6 del 2011

Quería encontrarme con Carlos y Gabriel, éso hice, iban de blanco y tan preparados. Yo no tanto, noté que he perdido cierta emoción de marcha. Caminamos entre los de Atenco, quienes tenían machete en mano, gritaban consignas contra Peña Nieto, contra el aeropuerto, los inconcientes, los violadores, los impunes y el capitalismo, a Carlos le daba miedo y se alejaba, luego volvía, pensaba, observaba.
Nos acercamos a la multitud, donde había señoras con carrreolas, ancianos de guayabera, hipsters en bicicleta. Anduvimos flotando entre varios grupos, atravesamos lo inimaginable: electricistas, sorjuanistas, abogados, ambientalistas, itamitas, twitteractivistas, señoras de minifalda, oficinistas, ccheros, un par de policías. Esa marcha fue diversa. Fue generosa. Fue tranquila y pacífica.
En el Zócalo se leyeron varios poemas, la gente lloró. Los hombres se limpiaban las lágrimas lentamente, las señoras les besaban. Esa marcha fue sobre todo bella.
A los tres se nos enchinaba la piel con algunas palabras: Paz, hartazgo, cansancio, indignación. Los muertos son de todos, la guerra es de nadie. No sabíamos bien qué hacer... Así que nos abrazamos e hicimos lo que siempre debe hacerse: ofrecer nuestro silencio a cambio de que no se calle más. Escuchar, sólo escuchar.

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