April 10, 2008

Entre aquí o allá, esto o lo otro.

Escribí esto hace tiempo, tal vez diez meses. Ayer a las seis de la tarde el sentimiento de aquél día volvió a apoderarse de mí.

Ya en New York me sentía como en México, no sólo por el español hablado con acento poblano y más palabras venidas del inglés que del náhuatl, los semitacos al pastor en bolsas de Tacobell, aeromozas morenas disfrazadas de güeras despampanantes, actores pseudo famosos posando para paparazzis imaginarios, políticos panistas con cara de priístas tratando de ligar. No, no sólo por esas imágenes que creo yo retratan en gran parte la decadencia del ahora, en realidad lo que me hizo recordar mi sentimiento de México fue la dualidad contradictoria y dolorosa presente en todo y todos.A mi lado izquierdo un hombre joven en guayabera amarilla, manos largas, ojos claros, tez blanca, cortés pero de conversación aburrida, no más allá del dinero y cuán experimentado era en el arte de viajar, entre sus travesías se encontraban París, Barcelona, Toronto y demás ciudades favoritas de la clase pudiente mexicana, seguro son bellas, pero no representan a lo común, lamentablemente la mayoría no es mundo desarrollado, él, aunque dijese que era del mundo para mí aún no entendía, conocía o sentía gran parte importante del mismo. Del otro lado un emigrante ilegal buscando el regreso a casa para casarse pronto, sin miedo a nada porque según él no podía haber algo peor de lo que ya había pasado, ocho años lejos, trabajando hasta el cansancio para después descansar acá, soportando la desigualdad y ante todo el saber que allá, en el norte, siempre sería un mexicano más, tratando de encajar en una sociedad que claramente no le pertenece. Yo, como siempre, en medio, sin saber qué hacer para entender a ambos lados, sin reconocer cuál se parece mas a mí o a cuál pertenezco, preguntándome sí es que finjo siendo o queriendo ser uno, el otro o el de la mitad. Atenea siendo parte de la cultura clasemediera, incluso cuando me rebelo de cualquier modo, viviendo en el México inhabitable de millones de clasemedieros presos en la ansiedad de creerse pequeños potentados; y que antes muertos que asumirse como trabajadores, aún como trabajadores privilegiados. Una cultura de irrealidad y ambiciosas y ridículas presunciones: toda la vida, todo el cuerpo, todos los instantes y los esfuerzos para convencerse de que uno es un potentadito, y ahí estamos: construyendo palacios de plástico en miniatura en los tres o cuatro cuartos de un condominio; buscando abolengos y heráldicas en compadrazgos redituables; andando y desandando almacenes, bancos y agencias con el salivoso nacionalismo en los belfos, pues cada mercancía es la brillante y rápidamente desgastable ratificación de la mentira. Pujando un poco más, cada clasemediero puede hacerla de amo, de dueño, de patrón para ver quién se lo cree. Amplios grupos humanos insatisfechos, bastante transas, compitiendo todo el día para trepar unos milímetros más en la escala que nunca, por lo demás, será suya; amargos, sin que llegue a ocurrírseles que con un poco de razón, corazón y de coordinación, en vez de andarse disfrazando tras las semblanzas de gerentazos y jefazos, podrían inventarse mundos bellos, habitables y solidarios. Pareciera que estamos plagados de un idealismo de a ver cuándo nos parecemos más al que va más arriba en la escala del saqueo. Un cuándo que por supuesto es nunca, más que en casos insólitos, delincuenciales o milagrosos. De vuelta a la absurda confusión debido a la supuesta posición.
* Inspirado en la introducción de “Función de Medianoche” de José Joaquín Blanco.

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